Oscar Catacora. Cine andino como desafío y propuesta
El excepcional cineasta puneño
Oscar Quispe Catacora, fallecido el 26 de noviembre de 2021 a la temprana edad
de 34 años, será recordado por muchos motivos, principalmente por haber
realizado la primera película peruana en lengua aimara, Wiñay Pacha. Cinta que
relata la historia de exclusión de una pareja indígena de ancianos, Willka y
Phaxsi, que viven en lo más alto y abandonada de nuestra serranía y que añoran
el retorno de su hijo. La película fue candidata peruana a los premios Oscar y
Goya; y obtuvo el premio a mejor ópera prima y fotografía en el Festival de Cine
de Guadalajara.
La vida personal como savia de la obra
Wiñay Pacha no es un meteorito
caído del cielo que revoluciona el cine nacional. Es la consecuencia de un
conjunto de valores, actitudes, prácticas y emociones pocas veces vista en un
artista peruano en general, y un cineasta en particular. Catacora resume el
perfil de avanzada de un tipo de profesional y ciudadano. Se trata de la
experiencia vital de un artista que vive su origen andino e indígena, como un
compromiso de identidad y propuesta. Catacora consideraba que la identidad
etnocultural es un componente nuclear de la vida pública de los peruanos
indígenas.
En un contexto donde la juventud
se somete de modo acrítico ante la influencia de la cultura occidental y los
productos mediáticos de la modernidad, Oscar Catacora nos enseña, a través de
su obra y su vida personal, cómo ser universal siendo andino. Nos deja una
pista, un desafío para las nuevas generaciones.
La vida privada de Catacora
estaba alimentada de profundos valores de solidaridad, compromiso, respeto,
fidelidad, laboriosidad y deseos de realización a través del arte. Su inquieta
y tierna mirada transmitía un mensaje de afecto y diálogo. Su natural prudencia
y mesura son un ejemplo de postura ética y estilo de convivencia. Catacora
sabía que el cine era el vehículo artístico y cultural por medio de cual se
podía tocar los corazones de los peruanos y sacarnos del marasmo de la
discriminación racial y el abandono de los más débiles.
Wiñay Pacha: obra poliédrica
La historia que narra Wiñay Pacha
es la representación lírica de los avatares de la vida de una pareja de
ancianos esposos. Pero no son cualquier tipo de ancianos, se trata de dos
viejos pobres que viven desconectados del mundo: en estado de abandono y soledad
en medio de una geografía exigente y recordando con nostalgia a su hijo que
emigró a la ciudad. Solo esta dimensión del relato ofrece muchas pistas como
subtexto.
Con la pareja de ancianos está
presente la idea de los ancestros de una nación, padres que viven marginados
por la sociedad y desatendidos por la política pública del Estado. Pero además
apreciamos un factor complejo y denso de la historia del Perú contemporáneo:
las implicancias socioculturales de la migración interna de la población andina.
Antuco, el hijo que abandonó el campo, también abandonó su mundo cultural y su
lengua. Es la experiencia del desarraigo y la negación del pasado que ha
marcado y marca a miles de peruanos. Catacora ha logrado condensar en la
vivencia de los viejos y el desdén del hijo uno de los capítulos más amargos de
la historia del Perú y de la aculturación de las nuevas generaciones.
Una segunda dimensión que llama
poderosamente la atención, es que en Wiñay Pacha hay un macroactor-otro que
evidencia la concepción del mundo del director. Ese macroactor-otro es la
naturaleza, la Pachamama, el Ser en la cosmología andina. Presidido por el
monte Allincapac, majestuoso apu que nos acompaña en toda la película; pero
también están las vertientes de agua, los animales, las apachetas, el clima, el
frío, las piedras, los sembríos.
Nuestro Ande en todo su esplendor
y misterio se luce en Wiñay Pacha. Catacora sabía que no podía ensamblar una
historia andina sin la naturaleza como potente enunciador virtualizado a través
de diversas figuras animadas e inanimadas. En el subtexto yace la cosmovisión
andina como nunca antes había sido representada. No son formas o elementos de
la retórica cinematográfica, la intención es presentarnos y revalorar el animismo
espiritual y cultural del poblador andino. Relevarlo, darle el lugar que
merece.
Se trata de un desafío mayúsculo
que empata con una tercera dimensión: el uso del idioma aimara. No es el uso
folklorizante y folklorizado del idioma como pieza de atracción u ornamento de
mercadeo. El uso íntegro del aimara en toda la cinta es un posicionamiento
cultural que rebasa largamente el tono identitario o reivindicacionista. Es la
afirmación desafiante de nuestra maravillosa lengua originaria. Es la apuesta
por un mundo, es el orgullo por un lugar de enunciación. Es reorientar la moda
interculturalista, hoy muy en boga, pues el empleo del aimara es para
interpelar al espectador, para interpelar al Perú oficial. Es establecer un
diálogo desde la posición del subalterno, desde sus códigos y su episteme. Como
vemos se trata de un desafío que encierra una propuesta.
Una cuarta dimensión, más
alineada a la arquitectura fílmica, nos lleva al diálogo que Catacora establece
con la apasionante cinematografía oriental. En más de una entrevista dejó
meridianamente establecida su deuda con los autores orientales Akira Kurosawa y
Yasujiro Ozu. Detrás de esta influencia se encuentra el ritmo parsimonioso y
reflexivo que empata con la propuesta de Catacora. Los planos y encuadres fijos
son una elección que establece un nexo entre la gramática de la imagen y la
mirada contemplativa. Tradición andina y técnica cinematográfica logran una
comunión que nuevamente deja sobre la mesa un desafío para los realizadores
peruanos del futuro.
Oscar Catacora nos dejó mientras
rodaba en las alturas altiplánicas la cinta Yanawara,
una historia trágica sobre la vida de abandono y abuso de las niñas andinas.
También tenía pendiente un ambicioso proyecto, Los Indomables, que buscaba recrear la gesta rebelde de 1780
encabezada por el caudillo aimara Julián Apaza Nina, más conocido como Túpac
Katari. Ambas cintas también eran ganadoras de sendos concursos de proyectos
cinematográficos que el Ministerio de Cultura le había otorgado.
Ciertamente, el legado de Oscar
Catacora es amplio y la valla que dejó es bastante alta. Estoy convencido, sin
embargo, que la nueva generación de realizadores puneños tiene la capacidad y
el talento para continuar la senda iniciada por el magnífico cineasta aimara.
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