En las últimas horas y debido al triunfo
electoral del profesor Pedro Castillo, un conjunto de políticos vienen
alentando la anulación del proceso electoral. Dentro de ellos destaca el
vicealmirante Jorge Montoya, congresista electo por Lima de Renovación Popular
(partido que lanzó a Rafael Lopez Aliaga). Montoya sostiene que “nuestro
sistema electoral ha sido vulnerado” y propone que los jefes de la ONPE y el
JNE deben renunciar. El desquiciado militar azuza a la población afirmando que
“la legitimidad del futuro gobernante será nula” y que un gobierno de Castillo
llevará al país a la ingobernabilidad.
Lo grave es que Montoya no está
solo, Jorge del Castillo y Victor A. García Belaunde, viejos zorros de la
política, le hacen coro al militar ultraderechista. Y no todo queda allí, el
impresentable periodista Phillip Butters, con cínico desparpajo, incita a
“tomar palacio de gobierno en acto pacífico”. La cereza en la torta la pone el
sobrevalorado Mario Vargas Llosa que una vez más desenfunda su concepción anti
indígena y racista del Perú, regalándonos un ramillete de frases para la
historia que se pueden sintetizar en la calificación de Castillo como una
persona con una “gigantesca incultura” y que las propuestas de Perú Libre son
propias de “gentes que son muy ignorantes”.
Para la ultraderecha, la elección
de Castillo es injusta porque las personas que han votado por él son ciudadanos
que valen la mitad de un ciudadano culto, urbano e informado. Por lo tanto, es
un acto de justicia realizar nuevas elecciones para poner en su sitio a los
peruanos ignorantes que votan irresponsablemente. En conclusión, la sedición y
la vulneración del Estado de Derecho está plenamente justificada.
Detrás de la subversión
derechista están alojados, precisamente, los 200 años de marginación y racismo
contra el interior del país. La república peruana construida a espaldas y en
contra de sus provincias ha sido desnudada por las elecciones presidenciales de
2021. El dolor de la pandemia, la colosal corrupción y la crisis sanitaria y
económica, ha sido el contexto para que los peruanos más pobres y excluidos
hayan aguzado su radar político y optado por un candidato con el que se siente
identificados.
Y eso no le gusta a las élites
habituadas a engatusar a la población. La sedición de la ultraderecha
trasciende lo político y económico, es una sedición sociocultural contra ese
Perú que prefieren verlo tutelado y domesticado por sus pautas, creencias y
estilos de vida. La sedición debe ser contenida y deben primar los principios y
procedimientos democráticos del Estado de Derecho. Pues en el horizonte, todo
parece indicar que estamos ad portas de un nuevo tiempo para el Perú.
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