El Perú ha quedado golpeado. Las
elecciones han sido un espectáculo de confrontación de odios y prejuicios. La
polarización entre posturas extremas nos ha conducido a actualizar el desprecio
de clase social y el muy peruano rechazo racista hacia el mundo de los pobres.
Además la corrupción de los políticos ha sido pasada por agua tibia en defensa
del orden establecido
Cada elección presidencial es una
historia distinta. Esta historia ha sido y sigue siendo desgarradora.
Especialistas en la materia sostienen que las elecciones en el Perú generan
consecuencias sociales y culturales. Estamos por ver qué efectos producirá la
elección del Presidente del Bicentenario.
El deseo de los ciudadanos
patriotas es que se abra un ciclo nuevo en nuestra historia política. Al
parecer, las condiciones son nada favorables en medio de una crisis sanitaria e
incremento de la pobreza. Pero, las crisis son oportunidades en manos de
líderes visionarios e inteligentes. Esperemos que así sea. La propaganda en
contra del profesor Castillo lo presenta como una persona sin preparación que
desconoce la mecánica básica de la gestión gubernamental y que sería absorbido
por el astuto y satanizado médico Vladimir Cerrón, dueño del partido Perú
Libre. En parte es cierto, inclusive algunas fuentes coinciden en calificar a
Cerrón como una eminencia gris con un ego colosal.
Del otro lado de la medalla están
los aspectos positivos. Castillo ha evidenciado el propósito de rodearse de
técnicos honestos y moderados. Y lo más importante, el respaldo aluvional de
los más pobres entre los más pobres. Ese factor tiene una potencia inusitada.
Castillo está obligado a gobernar con criterio, manos limpias y creando
estructuras y políticas que solucionen la trágica vida de los más humildes. Su
electorado tiene una marca identitaria clara, como muy pocas veces ha sucedido
en nuestra historia.
Se trata de una pequeña gran
circunstancia que nos debe llevar a repensar la idea de nación y sociedad.
Nuestras hondas desigualdades han impedido vernos como un Nosotros Integrado.
Es crucial empoderar y cultivar las oportunidades para que los menos
favorecidos alcancen niveles de vida dignos que les permitan su desarrollo y
progreso. El Estado peruano mira con desdén al pobre y si es indígena con mayor
razón. Cuántas décadas de República tuvieron que pasar para que los jóvenes
pobres tengan una beca o para que los ancianos sin recursos reciban un
subsidio. Alcanzar la integración nacional no es fácil porque tiene una
condición previa: elevar al pobre, incluirlo, potenciar sus capacidades y así reducir las desigualdades. Castillo tiene
un gran desafío.
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