El doble rostro de la política y de los políticos


Maurice Duverger ofrece una acertadísima metáfora para entender con sencillez el núcleo de la actividad política. Se trata de la imagen de Jano, el dios romano de los dos rostros. El politólogo francés sostiene que la política debe entenderse como la lucha frontal y desaforada por la búsqueda del poder, y a la vez, como la posibilidad de construir el bien común y la integración humana. Un paralelo similar podría ser entre la falsedad de la demagogia y las grandes posibilidades de la democracia. Otra polaridad la encontramos entre la conducta autoritaria y la conducta dialogante.
Para nadie es un secreto que el político siempre se presenta como un sujeto amigable y que inspira confianza, como la persona llamada a solucionar problemas con eficiencia y honradez, especialmente en los periodos electorales. Pero, súbitamente encaramado en posiciones de poder, ejerce su autoridad con distancia y verticalidad. Es más grave cuando no sólo actúa con autoritarismo; sino que a su mando despótico se le agregan actos de corrupción, inmoralidad y abuso del poder.
Nuestra situación nacional está llena de estos casos. Desde el presidente de la República, vicepresidentes, congresistas, alcaldes distritales y provinciales, presidentes regionales, regidores, hasta consejeros regionales. Pero no todo queda allí, también es el caso de cargos de elección, como presidentes de clubes, asociaciones, gremios, federaciones o universidades.
Es decir, el rostro de Jano es el rostro de la gran mayoría de los políticos. El doblez, la astucia, la intención oculta o el cálculo muchas veces acaparan el espacio de las intenciones. Son pocos, diremos poquísimos, los hombres y mujeres dedicados a la política que dominan el "lado oscuro" (¿imposible de eliminar ?) y prevalece en ellos la fuerza de los ideales, la visión más allá de lo evidente, el compromiso arraigado con la construcción de relaciones y espacios superiores. En fin, recuerdo con extremo cariño la imagen cinematográfica del político íntegro y republicano de Máximo (en la película El Gladiador), que Sinesio López recordaba con acierto en las clases del doctorado. Por mi parte, lo asocio ahora con la imagen de Cincinato, el patricio romano honrado, íntegro y de una extraordinaria sagacidad militar y legislativa.
Qué lejos se encuentran de estas imágenes nuestros lobbistas pendejetes, caciques regionales, otorongos de media zuela o el inquilino regordete de la casa de Pizarro.

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