A raíz de la reforma neoliberal
de la década de 1990, nuestro país optó por un modelo de desarrollo que
enfatiza y privilegia las inversiones transnacionales. La opción queda
institucionalizada con la Constitución Política de 1993. El Estado peruano
desde entonces asume un diseño que estimula la economía de mercado y desregula
obligaciones para los privados. Se trata, no cabe duda, de un gran proyecto
político desde las cumbres del poder que entrega la clave del desarrollo al
sector privado nacional y transnacional. En buena cuenta el Estado neoliberal
corresponde al ciclo histórico siguiente del Estado reformista nacionalista que
nos dejaron los militares que gobernaron entre 1968 y 1980. Es decir, el Estado
velasquista recién se cancela con Alberto Fujimori.
En ese marco, la política se
transforma con nuevos actores y una creciente mercantilización de la vida
pública que es la atmósfera propicia para la multiplicación de la corrupción.
El neoliberalismo a la peruana es corrupto y mercantil. En ese panorama,
defender y servir al capital, no se vuelve una práctica producto de una
posición ideológica, sino de una conveniencia aprovechadora y cómoda. De allí
que el gran capital sabe que los políticos peruanos tienen un precio (incluso
muy bajo) y están a su servicio para atender sus caprichos y beneficios.
Los sirvientes del gran capital,
sin embargo, no solo son estos políticos tramposos y avivados. Hemos llegado al
punto de respirar un orden neoliberal que está impregnado en los funcionarios
de gobierno, los medios de comunicación, las capas profesionales, algunas
pequeñas empresas e incluso en algunos sectores juveniles. En el Perú es un
gran negocio y emblema servir al gran capital y proclamarse pro mercado.
La campaña para las elecciones de
abril no será la excepción, otra vez será aceitada por los grandes intereses.
Solo recordemos que la última vez que elegimos presidente, optamos por un
hombre que hizo de su servicio al gran capital la razón de su dilatada y exitosa vida profesional. Hoy este
expresidente cumple arresto domiciliario por el caso Odebrecht, precisamente
por ser un eficiente sirviente del gran capital. No sabemos a ciencia cierta si
nuevamente optaremos por algún sirviente del gran capital, pues por esta época
se camuflan audazmente, se venden como candidatos libres de influencia y más
bien pregonan a los cuatro vientos que están al servicio de las expectativas e
intereses ciudadanos. Estamos avisados.
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