El vínculo entre política y religión es una práctica
extendida en el mundo. Muchos políticos y organizaciones políticas toman como referencia
de su acción el ideario social de su credo religioso. El caso más común en
Occidente es la influencia de los ideales cristianos en la formación de
partidos. Inclusive existe una Internacional Demócrata Cristiana que agrupa a
demócratacristianos y socialcristianos que adoptan el humanismo cristiano como
soporte ideológico. Si bien se suelen ubicar entre la derecha y la centro
derecha del espectro político, también tenemos a los cristianos de izquierda
que asumen el ideario progresista de la Teología de la Liberación.
Un caso relevante a nivel mundial y latinoamericano es la
presencia cada vez más activa e influyente de las iglesias evangélicas en el
escenario político. A diferencia de los católicos que exhiben posturas más
moderadas, pero en esencia conservadoras, los evangélicos son más frontales y
encabezan una agenda con posiciones firmes sobre cuestiones de familia, género
y sexualidad.
Más singular todavía es el caso del FREPAP, que es un
producto “made in Perú” de fusión de ideales agraristas, conservadores,
indigenistas y hasta teocráticos. El mundo culturoso de la política suele mofarse
de ellos, tildándolos de premodernos.
El vínculo entre religión y política mayoritariamente
(porque hay excepciones) sirve para generar incidencia a favor de la agenda
conservadora que busca controlar la libertad humana y enfrentar las ideas
progresistas. En países como el nuestro donde la religiosidad es amplia y
tradicional, los candidatos conservadores tienen buena llegada sean defensores
del mercado o incluso estatistas.
No cabe duda que existen valores y prácticas tradicionales
que sirven para mantener cohesionado el cuerpo social y ofrecer un derrotero
social. Y va muy bien que haya defensores de esas posiciones. El problema surge
cuando se radicalizan las ideas y no permiten el diálogo con las posiciones
adversas, descalificando al oponente y endureciendo la agenda. Entonces, los
conservadores pasan a ser ultraconservadores. La intolerancia se vuelve
fundamentalismo, dicho en palabras sencillas: opuesto radical al cambio,
intransigente, sin espacio para el acuerdo, enceguecido por la verdad absoluta
y pétrea de sus ideas y prácticas.
Como nos podemos dar cuenta, así no se puede construir
democracia y vida ciudadana. La ceguera de ideas y el desprecio por el oponente
no son una opción son un problemón. Las futuras generaciones no pueden crecer
con actitudes de odio al que piensa de diferente manera. Los ultraconservadores
(de derecha e izquierda, que quede claro) no son ni serán adecuada solución.
(Publicado originalmente en el Diario Viral, el 10-3-2021)
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