Rodrigo Montoya opina sobre Montesinos

FUJIMORI Y MONTESINOS: MATAR EN NOMBRE DEL ESTADO

Rodrigo Montoya Rojas*
Lima, 1 de julio 2008.

Vladimiro Montesinos apareció en el juicio que una corte peruana sigue a Alberto Fujimori por crímenes de lesa humanidad: asesinato de quince personas, entre ellos un niño de ocho años en Barrios Altos y de nueve estudiantes y a un profesor de la Universidad de Educación La Cantuta, por parte del Destacamento Colina, del Ejército peruano en 1992. Le espera una posible condena a 30 años de cárcel. Los dos siameses que ejercieron todo el poder en Perú entre los años 1990 y 2,000, están ya condenados: el primero a 20 años y el segundo a 7, por haber invadido la casa de la esposa de Vladimiro Montesinos para rescatar unas decenas de maletas con vladivideos comprometedores. Están en curso más de 50 juicios contra Montesinos y a Fujimori le esperan otros juicios más, derivados de su extradición al Perú decretada por la corte Suprema de Chile.

Vladimiro Montesinos es famoso por su monumental corrupción y sus “vladivideos” en los que aparecen decenas de personajes de la política y los medios de comunicación recibiendo miles y millones de dólares por venderse al gobierno. Este personaje apareció en el Tribunal elegantemente vestido, como en sus viejos tiempos, cuando tenía doscientos ternos, cuatrocientas corbatas, sesenta relojes, casas por todas partes, muchos vehículos del Estado a su servicio, amantes y decenas de policías cuidándolo. Se presentó como un actor de teatro en el papel de un hombre poderoso, seguro, arrogante, convencido de su saber y de su inteligencia. Trató a jueces, fiscales y abogados como si fueran desvalidas criaturas incapaces de entender su sabiduría de agente de inteligencia y abogado-tinterillo con estudios de sociología en San Marcos.

El fiscal comenzó con las primeras decenas de un cuestionario de mil preguntas. Montesinos aprovechó de las tres horas que duró la sesión para presentarse como un soldado del Ejército con toda su vida profesional consagrada a la inteligencia al servicio del Estado, como un patriota que luchó decisivamente con cada uno de sus “análisis de inteligencia” para acabar con Sendero Luminoso y el MRTA, como un hombre de leyes respetuosísimo de la ley y como “subordinado” de Fujimori. Alabó la sabiduría del ex presidente por haber sido presidente de la Asamblea Nacional de Rectores, por haber dirigido la lucha contra subversiva y por tener una “memoria elenfantiásica” y, desde la autoridad moral que creía ostentar, con el mayor orgullo imaginable, sentenció la inocencia de Fujimori en los crímenes de la Cantuta y Barrios Altos y por supuesto, su propia inocencia. Además, el siamés Montesinos trató de desacreditar a un hermano del fiscal presentándolo como uno de los hombres a su servicio.

Luego de decir lo que tenía en su plan de inteligencia, informó al tribunal que no contestaría ninguna pregunta más por que él era respetuoso de la ley y la ley dice en Perú que los temas de inteligencia no se tratan públicamente y menos en Cortes judiciales. Punto. El tribunal reconoció el derecho de Montesinos a guardar silencio y lamentó que el gran actor no dijese desde el comienzo que callaría para no comprometerse y para defender los santos fueros del Sistema de Inteligencia Nacional.

El reo Alberto Fujimori, volvió a sonreír y a reír abiertamente, por primera vez, en más de seis meses, porque oyó frases celestiales sobre su inocencia, su inteligencia y su sacrificio para “salvar” al Perú. Su siamés, su socio en la maravillosa aventura de tener todo el poder durante diez años, no lo defraudó, no lo echó a los leones, no le recordó que “como hombre” reconociese que en su condición de Presidente de la República daba las órdenes y que él sólo obedecía como simple hombre oscuro de inteligencia. En 2,000, Fujimori entregó 15 millones dólares a Montesinos con fondos del pueblo peruano, naturalmente, como compensación por los servicios prestados. (Sobre esta millonaria indemnización se abrirá uno de los próximos juicios contra él). Ese dinero fue un consuelo para Montesinos. Tal vez algún día se sepa el precio del silencio de Montesinos en la histórica sesión de ayer. Gallina que come huevos…

Montesinos está ahora en la cárcel, perdió lo poco que le quedaba de futuro, pero como padece de una enfermedad terminal del poder parecía un actor de teatro y representó bien al personaje porque él ha sido un soldado y no uno cualquiera sino el soldado más poderoso entre 1990 y 2,000. Con un simple grado de capitán fue capaz de tener en sus manos el control pleno de todas las Fuerzas Armadas. Los siameses Fujimori y Montesinos humillaron a todos los oficiales haciéndoles firmar una carta de sujeción y, lo que es peor, todos los oficiales aceptaron esa humillación.

Por su enfermedad de poder y sus años de cárcel, Montesinos confunde la realidad con su fantasía y sigue sintiéndose todopoderoso. Nombró a algunos generales tratándolos como simples sargentos cuando les recordó que junto con él chuponeaban teléfonos desde tiempos de Velasco Alvarado porque todo buen servicio de inteligencia chuponea las llamadas de los enemigos siguiendo el ejemplo de la Central Norteamericana de Inteligencia. La realidad y el mito, su ego monumental y su triste condición de preso sin horizonte, tienen los límites borrosos. Por momentos parece muy cuerdo; segundos después, vuela, gesticula con movimientos fijos, parece desequilibrado y habla como Cantinflas.

Condenado ya a veinte años y con una posible nueva condena a otros treinta, la única esperanza que le queda es una amnistía, posible si Keiko Fujimori, actual congresista, hija de Alberto Fujimori, fuese elegida presidenta del país. Ella parece tener el virus de su padre y, segura de su poder en el futuro, ya ofreció esa amnistía como carta electoral. El sueño de opio de esta historia reposa en muchas premisas: que Montesinos no cuente todo lo que sabe de lo que juntos hicieron con el “Destacamento Colina”, que el Tribunal declare a Fujimori inocente de crímenes de lesa humanidad, que el pueblo peruano vote por la señora cuyo único mérito político conocido es ser hija de su papá y, finalmente, que el Apra, partido de gobierno en alianza de hecho con los fujimoristas, vote por ella en las elecciones del 2001. ¿Podría el gobierno aprista ofrecer una amnistía? Me resisto a pensar en esa hipótesis pero valdría la pena examinarla después.

En un momento de la sesión el fiscal le preguntó a Montesinos: “Testigo, ¿quiere usted decir que por razones de Estado se puede cometer delitos? Sí”, contestó Montesinos, sin titubear. Inmediatamente después, sintió que no debió haber respondido así, pero ya no era posible dar marcha atrás. Que un hombre como Montesinos con una vida de corrupción extraordinaria, debidamente probada, dé un certificado de inocencia a Fujimori es una broma de mal gusto y los propios fujimoristas deben sentirse mal. Los miembros del Tribunal no podrían tomar en cuenta ese certificado. Pero sí debieran pensar dos veces en la respuesta afirmativa de Montesinos. Las razones de Estado son una coartada de los dictadores y de los que hacen justicia con sus propias manos olvidando los derechos, la constitución y los valores de los seres humanos como personas. Con ese sí sin ambigüedad, Montesinos ha abierto, sin quererlo, una ventana de aire fresco para que los jueces del tribunal, la fiscalía y la defensa de la parte civil incluyan un elemento más en la larga lista de pruebas de la responsabilidad mediata de Fujmori en los crímenes de la cantuta y Barrios Altos. Ya no podrá arrepentirse de lo que dijo aunque Fujimori y su abogado se lo pidan.

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* Rodrigo Montoya Rojas es antropólogo y profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, de Lima. Perú.

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