El discurso-misil de Benedicto XVI

La sutileza y eficacia con la que Juan Pablo II encaraba su presentación mediática es uno de los grandes logros del “Papa peregrino”, pues difícilmente se le encontraban expresiones destempladas o beligerantes. En realidad, fue un hombre que supo tejer (o contener) con extrema habilidad las innumerables presiones que la vieja religión católica ha soportado siempre: su conservadurismo con respecto a la planificación familiar, el sacerdocio de las mujeres, el juicio contra el homosexualismo, la verticalidad de su pesada jerarquía, la suavidad para juzgar el capitalismo salvaje, sus somníferos rituales y misas y, por supuesto, sus intolerantes excesos en dos procesos históricos para avergonzarse, la Inquisición y las Cruzadas

Entonces, para Benedicto XVI las cosas le resultan y le resultarán siempre complicadas. Más aún si se trata de uno de los teólogos vivos más conservadores dentro del seno de la iglesia católica. Y precisamente en el marco de su tozuda posición, el 12 de setiembre, hace pocos días, ofreció una brillante exposición en el aula magna de la universidad alemana de Ratisbona, ante los representantes de la ciencia. El título de la ponencia que ha originado la ira islámica fue “Fe, razón y universidad: recuerdos y reflexiones”. El Papa, como lo menciona en el texto de la ponencia “se encontraba nuevamente en la cátedra y emocionado por poder dar, una vez más, una lección”.

La parte de la exposición que ha desatado la polémica se encuentra en la parte inicial. Allí Benedicto XVI sostiene sus argumentaciones a favor del vínculo entre la razón humana y la fe, refiriéndose al diálogo entre el emperador bizantino Manuel II y un desconocido persa de gran cultura en 1391 (¡Dios santo!, hasta donde tuvo que retroceder para construir una argumentación).

Inclusive, el Papa refiere que “el emperador mismo anotó el diálogo y por eso sus razonamientos son más reportados que los del erudito persa” (Otro error: apoyarse en la desproporción de argumentaciones en contra del persa).

A renglón seguido, Benedicto XVI mostrando que es tan infalible como cualquier mortal, lee la cita textual de Manuel II que jamás debió expresarse públicamente, gigantesco desatino salido de los labios del sucesor de Pedro: “Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”.

Claro, se refería al “Jihad” o “guerra santa” como manifestación irracional dentro de algunos fundamentalistas del islam. Tan irracional como las Cruzadas y la Inquisición. Pero, la sal en la herida llegó a final del discurso, luego de dar un periplo intelectual de una sapiencia magnífica, repite y hace suyas las expresiones del emperador del S.XIV afirmando que el diálogo entre culturas se sostiene en la razón, pues actuar no razonablemente es contrario a la naturaleza de Dios. Como afirmación es valiosa y aceptable, el problema es el contexto.

Y es que la prudencia enseña que toda negociación parte de los puntos comunes, no de la imposición de una racionalidad sobre otra. Benedicto XVI, hombre sabio y profundo, debió tender puentes, si ese era su objetivo, obviando cualquier referencia a la violencia, porque en ambas iglesias el pasado no es lo más dulce que pueden exhibir. En síntesis, debió partir desde la comprensión, el diálogo y el perdón: desde la humildad del otro como hermano; no desde la astucia del yo, como superior.

Comentarios

gonz780213 dijo…
Entonces, ¿Cuál es el balance del discurso de Papa? Pues es la controversia nuevamente. Lamentable por su falta de tino, aunque a la larga su discurso puede ser el inicio de una nueva forma de decrle a los musulmanes de qué se trata las cosas de Dios.

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