El Señor de la Verborrea y el Señor de la Rabia...debate presidencial

Los debates presidenciales, en nuestro país, no determinan el resultado final de la segunda vuelta. Si no, recordemos la confrontación entre el tímido Alberto Fujimori y el versado Mario Vargas Llosa o, la más reciente, entre un engolado Alejandro Toledo y el redivivo Alan García. Los ciudadanos, sencillamente, otorgan el triunfo a su favorito. Sólo los indecisos, los convencidos de su voto en blanco o nulo y uno que otro ciudadano criterioso -viéndolo fríamente- son los más cercanos a una evaluación imparcial.

En esta hora, es imprescindible recordar la campaña de la primera vuelta. García a fuerza de una campaña pulcrísma y calculada hasta en los mínimos detalles superó a la fatigada Lourdes Flores, de lejos la mejor representante de la derecha peruana. Humala, a su vez, sólo necesitaba estar allí, situado en ese sector que la tosca izquierda peruana no puede tomar. A propósito, el último que supo representar ese espectro fue Alfonso Barrantes, socialista demócrata alcalde de la señorial Lima en la década del ochenta.

En la esperadísima contienda del domingo, entre el militar nacionalista y el “encantador de serpientes”, es probable que asistamos a una confrontación trabada, limitada por un escaso tiempo y no exenta de puyazos. García, digámoslo de una vez, tiene más que perder: es el favorito del debate y las encuestas, es el orador político más pulido de los últimos 25 años. Humala, por el contrario, es el débil de la contienda: es el candidato de las capas excluidas de la educación y de los bienes simbólicos de la modernidad. Será, en términos del debate, el Fujimori de 1990 y el Toledo del 2001.

García, quiéralo o no, representa a la imperfecta clase política peruana y a los tantos derechistas que ya anunciaron su respaldo; pero también personifica a una de las poquísimas organizaciones políticas nacionales con doctrina y planteamientos sociales relevantes, heredero de una de las pocas luces en el firmamento político: Haya de la Torre. Humala, en cambio, es un sentimiento profundo y reformateado de revancha social e histórica, ahogado en los corazones y lágrimas de miles de peruanos enfrentados al infortunio de la discriminación y la pobreza. Es por esa razón que las clases medias no comprenden la representación oculta del belicoso nacionalista.

Echadas las cartas del debate presidencial sólo queda esperar, tal vez con alguna desazón, pues como pugna mediática, todo estará orientado a generar golpes de efecto con pantallazos dirigidos al promedio del elector peruano: emotivo y poco reflexivo.

El verborreico García y el furioso Humala. Viéndolos a la distancia son formatos similares. Alejados de lo democrático propiamente dicho: la demagogia y el autoritarismo. Ambos siameses de lo mismo: el insufrible mesianismo peruano. Ambos, líderes de la salvación, caudillos de masas empantanadas en prácticas políticas verticales, alimentadas de ese asqueroso servilismo nacional. Por eso, los candidatos verdaderamente demócratas quedaron fuera de la segunda vuelta. Y nos quedamos con el “señor de la verborrea” y “el señor de la rabia”. ¡Qué justificable se vuelve, en ese desorden de cosas, votar en blanco! Sin embargo, el 4 de junio se elige entre lo que el pueblo, nuestro pueblo, puso en vitrina. Más allá del debate presidencial, todo ciudadano está confrontado con el verdadero debate: entre la construcción democrática del futuro y más de lo mismo.

Publicado en el Diario Los Andes, 19 de mayo de 2006

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