Nuestros electores, especialmente
los menos favorecidos, envían señales cada vez que ingresan a la cámara
secreta. Hay un persistente deseo por convertir el voto en un deseo de
progreso, inclusión, reconocimiento o mejora de las condiciones de vida.
Situación diferente en los sectores medios y altos que gozan de un status
privilegiado y no emplean el voto como reclamo o cuestionamiento.
Al no haber partidos políticos
que verdaderamente sean espacios de intermediación entre el pueblo y el
gobierno o que se dediquen a diseñar el futuro nacional, lo que tenemos son
expectativas ciudadanas que pugnan por abrirse campo de cualquier manera y en
algunos casos de modo poco racional. Y del otro lado, tenemos supuestos líderes
(caudillescos, personalistas y
mediocres) que tratan de sintonizar con la población o mejor dicho tratan de
aprovechar las expectativas de la población.
En medio de todo ello, persiste
la esperanza de la población por las soluciones a los problemas. Somos un país
que camina con asuntos pendientes irresueltos, en los terrenos social,
económico, cultural, material y medioambiental. El bienestar y el desarrollo no
es una moneda de uso corriente, solo algunos la tienen. La gran mayoría es
espectadora del progreso y riqueza de algunos y de los sinsabores de su propia
existencia personal y familiar. La promesa de la inversión privada que tapa los
agujeros de la desigualdad y nos conduce hacia el primer mundo no se cumplió,
ni se cumple.
Se mantienen vigentes las taras
de los últimos 200 años de República. Pero con un importante detalle como
apuntó el jurista e historiador Fernando de Trazegnies, tenemos una
“modernización tradicionalista”, es decir, el Perú busca y logra modernizarse
en diversos aspectos, pero mantiene prácticas y conductas anticuadas de raíz
colonial. Un ejemplo entre anecdótico y cruel: los modernísimos edificios del
boom inmobiliario de nuestras principales ciudades mantienen una pequeña
habitación de servicio con baño propio para la servidumbre.
No nos desatamos de las viejas
prácticas del desprecio y la dominación. Frente a esas estructuras,
principalmente mentales, muchos peruanos se rebelan y guardan la esperanza de una
vida ciudadana justa, con oportunidades y en igualdad de condiciones, donde se
respete el trabajo, la cultura propia, las creencias y sus deseos de
superación. Al parecer se han multiplicado los propagandistas de la desilusión
y el pesimismo, debemos levantar la mirada y entender que la esperanza no se ha
diluido –nunca de diluye- y que persiste en los corazones de la mayoría de los
peruanos.
(Publicado originalmente en el Diario Viral el 19-5-2021)
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