No somos un país que respeta a sus clases dominantes,
tampoco somos un país que respeta a sus pobres. La vieja explicación de la
herencia colonial y la confrontación entre dos mundos opuestos es lo primero
que viene a la mente. Ciertamente en una situación extrema y límite como la que
estamos viviendo en la segunda vuelta, la polarización abre heridas nunca
sanadas. Nuestro centralismo es el fenómeno a la vista, pero hay razones de
fondo como la marginación socioeconómica, el desprecio racial y el abuso del
territorio y su gente.
Se ha dicho mucho sobre nuestras élites como las más
incultas y racistas de Sudamérica. En parte es cierto. Nuestro proceso histórico
arrastró el peso de haber sido la principal sede del Imperio español en esta
parte del continente. Tenemos una sociedad con una acentuada estratificación
por estamentos y grupos cerrados. La educación y la modernización han querido
hacer su parte para permitir mayor movilidad social, pero todavía le cuesta al
serrano o a los selváticos originarios ascender en medio de un clima de
oportunidades.
Solo en el caso de la educación, tenemos un sistema muy
segregado, es decir, los ricos tienen sus colegios de alta calidad y no se
contaminan con los pobres que tienen sus centros escolares, solo para ellos. El
contacto entre esos dos mundos es casi imposible. La reforma neoliberal de la
década de 1990 ha contribuido a acentuar las desigualdades y las distancias.
Es sorprendente cómo un candidato a la presidencia arrasa
entre los pobres, provincianos y rurales; y la otra candidata arrasa entre los
sectores ricos, capitalinos y urbanos. Los matices se diluyen. Como si la
segunda vuelta 2021 hubiese abierto las compuertas de algo que no queríamos ver
o que escondemos debajo de la alfombra.
En medio de esa división, los sectores acomodados y
oligárquicos han emprendido una torpe campaña de exteriorizar sus miedos y
traumas hacia la ciudadanía. Lo más resaltante es el terruqueo y el
anticomunismo. Terruquean al pueblo y tratan de ignorantes a los votantes de
Castillo. No hay matices. Votar por el profesor de escuela es ir hacia el
comunismo. Pero en realidad están defendiendo un sistema de privilegios y
ventajas injustas frente a la posibilidad de políticas redistributivas y
soberanas ante el gran capital. Elites que durante siglos practicaron (y aún
practican) la servidumbre, amantes de la obediencia y el desprecio. Su aparente
modernidad vive acompañada de actitudes y conductas premodernas. Ojalá la
elección sirva para agrietar ese deleznable estilo de vida.
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