Los “periodistas” y los periodistas: de la extorsión a la credibilidad

Una de las características del periodismo peruano, incluido el ejercido en el interior de la República o “en provincias”, es el número reducido de periodistas y propietarios de medios de comunicación que hacen de la información periodística un bien público al servicio del derecho a la información que merece todo ciudadano.

Bien público implica que es de acceso universal, así sea administrado por un particular. A diferencia de un bien privado que es de entera disposición personal. Desgraciadamente, la corrupción de los propietarios de los medios y la transmutación completa de los principios profesionales ha hecho que la información periodística sea considerada un bien privado, sujeto a compra y venta, es decir se ha convertido en una mercancía.

Una mercancía es todo aquello que se produce para vender y comprar. Nunca faltarán los periodistas que “producen” noticias para su comercialización en el mercado, principalmente político. Pero, más grave que la mercantilización de la información periodística (que de hecho ya debería tener una intervención y pronunciamiento del Colegio de Periodistas, las facultades de comunicación o cuanta agencia u organización se halle vinculada) es la práctica del chantaje.

El chantaje o extorsión periodística es la amenaza de difamación a la que se ve enfrentada cualquier persona y especialmente los funcionarios públicos. Y es que aquí surge una de las paradojas más inexplicables de las relaciones entre prensa y Estado. Pues para nadie es un secreto que el número, niveles y diversidad de los actos de corrupción dentro de la administración pública (ministerios, gobiernos regionales y locales, fuerzas armadas y policiales, entre otros más) es creciente y complejo.

En ese mar de apestosa atrocidad, surgen aficionados al periodismo, incluso periodistas “profesionales”, que aprovechan el inmundo y diversificado universo de las corruptelas estatales para obtener jugosos beneficios a través de la amenaza de difamación, el silencio cómplice o las “campañas” directas o indirectas de difamación, a fin de “quebrar la mano” de sus ocasionales víctimas

Escudados tras la libertad de expresión y la función de fiscalización y denuncia de la prensa, lo que encontramos es una enfermiza y descarada conciencia cínica que fluctúa temerariamente entre lo moral y lo inmoral. Liberados de todo tipo de escrúpulos, como los sicarios que abalean con una sonrisa, algunos invasores del periodismo ya forman parte de la historia negra del periodismo como anti-profesionales de la prensa.

EL PERIODISMO VERDADERO

Pero, como todo campo profesional o cualquier campo de la vida humana, tenemos diversas variedades de una misma especie. Al periodismo enteramente corrupto se le opone el periodismo enteramente ético. Así como existen periodistas que venden la información como mercancía o llevan un largo currículo de chantajes y silencios, también existen los que han demostrado a lo largo de su vida profesional un respeto profundo a los valores de verdad, justicia y honradez. Obviamente son pocos pero existen.

Tal vez cualquier ciudadano puede creer que los periodistas de izquierda son los correctos y los periodistas de derecha son los corruptos. O los periodistas provincianos son los veraces y los periodistas centralistas son los amañados. O quizás creer que los periodistas de raíces indígenas son valiosos y los periodistas mestizo-criollos son despreciables. O pensar que los periodistas universitarios son excelentes y los periodistas prácticos son un desastre.

Nada más alejado de la verdad. Todas esas disyuntivas son completamente falsas y peligrosamente engañosas. Como todo prejuicio derivado de las oposiciones planteadas, nos pueden conducir a error. El criterio para diferenciar un “periodista” de otro periodista es la trayectoria profesional, el camino recorrido. Felizmente no hay cosa más pública y observable que leer, escuchar y ver a un periodista.

Se nota en la profundidad, veracidad y prontitud de sus investigaciones; la brillantez y prudencia en el uso de los adjetivos; la corrección dentro y fuera de su profesión; la generosidad de su trato cotidiano; la humildad para reconocer lo desconocido; los valores y prácticas que dan sentido a su existencia; la apertura mental y cultural; la vehemencia para derribar la corrupción y, algo que nos parece casi genético: el tipo de relación y distancia ante los poderosos.

Todas estas características en sinergético licuado forman el capital del periodista: su credibilidad. Así de concluyente. Credibilidad en la información ofrecida a lo largo del tiempo, el singular aporte del periodista a la construcción compartida de una comunidad nacional multidiversa, libre y justa.
(Artículo publicado en el diario Los Andes, 12-10-07, y ahora posteado a propósito de la disputa con el diario Correo por el avisaje judicial)

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